lunes, 31 de diciembre de 2012

Apocalipsis y desintegrados


El fin del mundo ya pasó.
Charly García

Cuando me pidieron hacer una nota sobre el fin del mundo, lo primero que vino a mi mente fue fuego y dolor (y fue cuando me di cuenta que tenía la mano sobre la hornalla prendida). Después de curarme las quemaduras, decidí dar rienda suelta a la complicada temática. Primero me extrañó que me pidieran que escribiera sobre semejante tema. Volví a llamar al editor de esta prestigiosa publicación y éste me contestó con un corte inmediato (calculo que habrá pensado que le pediría un pago excesivo o una cobertura médica).
Sin saber hacia dónde apuntar mi reflexión apocalíptica, emprendí un paseo a la plaza Racedo (con sus clásicos enamorados, amigos que comparten el mate y perros que ladran a los fantasmas que pasan por ahí). Me senté en un banco y comencé a filosofar. Primero pensé en lo que opinan las religiones sobre el tema. Éstas nos cuentan sobre detalles y personajes con mucho cuidado. O sea, nos cuentan todo lo que ocurrirá. Y eso me pareció muy aburrido: nos cuentan el final de la película. Creo que por eso no me gusta llevar fanáticos religiosos al cine; ya los imagino relatando el desenlace del film a los gritos y acompañados por frases como: “¡Arrepiéntanse, el asesino es el mayordomo! ¡Conviértanse, Bruce Willis en realidad esta muerto en Sexto Sentido!”.
Después de reflexionar sobre la opinión de los credos, decidí investigar las opiniones y teorías sobre el fin del mundo que tiene la filosofía. Pero al final no encontré nada, a los filósofos les interesa hablar del origen o de cómo funciona la realidad y entre giros y giros lingüísticos todavía discuten si existe la realidad. Pero no leí a nadie que me hablara del Armagedón. Entonces decidí hacer lo mejor que sé hacer: pensar pavadas.
Ahí fue cuando se me ocurrió una lista interesante de cosas:
1-     Si sumas la fecha del supuesto fin del mundo da como resultado el número once (cuestión interesante para jugar a la quiniela, pero para qué, qué importa que ganes la lotería si total viene la muerte universal)
2-     Las fiestas descontroladas que se realizarán, compitiendo con los grandes ágapes en los lupanares de los romanos (busca en el diccionario ágapes, lupanares, romanos y fiestas)
3-     Ya no habrá Tinelli y toda su sarta de programas reducidores de cabezas.
4-     Nadie llorará a nadie porque al morirnos todos juntos, nadie extrañará ni hará duelo, que al final es lo más perverso de la muerte. Una muerte universal no nos separará del ser amado (ahora la cuestión se puso tétrica).
5-     No quedará nadie para que revise nuestros legados y herencias, mejor, así ningún pariente se peleará con el otro pariente.
6-     Es la oportunidad de hacer las cosas que uno siempre quiso hacer; por ejemplo,  insultar al pelotudo de mi vecino que se pone a cantar en el patio los domingos a la mañana, robarle un beso a una mina que vaya caminando desprevenida, o asaltar a los ricos para darle a los pobres (la policía no será problema; van a estar muy ocupados con el Apocalipsis)

Después de hacer introspección en varias cosas, me di cuenta de algo que se me había pasado ¿Por qué no visitar a un profeta? Se me prendió la lamparita, entrevistar a un adivinador o místico, pero el único que conocía era a un curandero del barrio Alberdi. Él es poeta, filósofo, profeta, todo en uno. Me levanté de mi reconfortante asiento y me dirigí al barrio Alberdi, como peregrino sediento de un saber oculto. En el camino se me cruzaban varias hipótesis sobre el fin del mundo, así que decidí hacer otra lista sobre las diferentes posibilidades de cómo acabará la realidad tal cual la conocemos:
1-     El clásico meteorito que destruye nuestro planeta, hundiendo grandes ciudades como New York, París y Sampacho.
2-     Una invasión a gran escala por parte de marcianos al viejo estilo de la Guerra de los Mundos de H.G.Wells, pero sin Spielberg filmando.
3-     Una ataque masivo de zombies, como George Romero lo hubiera soñado, y en el cual seguro vos, querido lector, serías el primero en ser devorado por las hordas de muertos vivientes, como los cadáveres resucitados de Michael Jackson, Elvis, y Mateyco.
4-     Se abren los cielos y Dios desciende furioso con los jinetes del Apocalipsis, y ahí intentás recordar lo que aprendiste en catequesis a los nueve años.
5-     Peor, quien baja no es el dios cristiano, sino Alá, y se te hace frustrante ver a un montón de musulmanes gozando de harenes de vírgenes en la Meca celestial, mientras te toca lavarle el inodoro a Bin Laden toda la eternidad.
6-     O mucho peor, quien baja es Chuck Norris, y te arrepentís de haber criticado sus películas.
Chuck descendiendo para juzgar vivo y muertos, en realidad los dejará a todos muertos.


Dejé de reflexionar sobre los múltiples Ragnaroks cuando me encontré a las puertas del profeta. Él ya me estaba esperando (es bueno como profeta, adivina siempre) y antes de entrevistarlo empezó a contestar como si ya supiera cuál era la pregunta (cosa que comenzó a ser un poco molesta).
“¿Qué opina sobre el fin del mundo?”, le pregunté mientras miraba un cuadro de Buda bailando la Lambada. Él me contestó: “No hay de qué preocuparse sobre el fin del mundo”. “¿Por qué, acaso Clarín cierra y se suspende el fin del mundo?”,  interrumpí con asombro. “No, estúpido”, me contestó el profeta con una paz típica de Claudio María Domínguez. “Nuestro mundo es fruto de un sueño, un sueño de la Deidad. Por eso el día que Dios se despierte, ahí va ser el fin del mundo” dijo el profeta del Alberdi. Pero yo repliqué: “¡No sólo será el fin del mundo, será el fin del universo!”. Pero él me contestó: “No, a nosotros nos sueña un dios, en los otros mundos los soñarán otros dioses, por ejemplo, Marte, el dios que lo soñaba ya se despertó”. Cuando me dijo lo último atiné a hacer lo más sociablemente aceptable, llamé al servicio de salud mental para que se lo llevaran. Porque es de sanos hacerse preguntas, pero es de locos tener las respuestas.

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