domingo, 7 de agosto de 2011

CEFAS



CEFAS


I

“Mi nombre es Simón, pescador del Kinnereth, fui apodado Cefas por mi maestro. Era un hombre con un buen porvenir económico y una familia numerosa, pero todo cambió cuando conocí a mi maestro, Jesús de Nazareth. Tenía una barca con mi hermano Andrés y la pesca nos daba muy buena ganancia.

Un día estaba con mi hermano a orillas del mar, cuando apareció Jesús y entablo relación con nosotros. Él parecía ser un discípulo de Juan el Bautista, un sacerdote que predicaba a orillas del río Jordán. Jesús me pidió quedarse en mí casa, yo le dije que sí. Ahí comenzó todo”.


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  La noche estaba en su plenitud, pero en una casa había luz y murmullos. Había gente reunida alabando, intercediendo y rogando a Dios por su apóstol preso en las cárceles reales de Herodes. La Iglesia naciente de Jerusalén pasaba un gran momento de prueba. Herodes Agripa I, rey de Judea y Samaría, mandó a ejecutar a Santiago, hijo de Zebedeo y uno de los primeros discípulos de Jesús; y encarceló a Simón Cefas, líder de la Iglesia por mandato del Señor.
    La morada en la que se encontraba orando la asamblea era de otro Santiago, conocido como “el hermano del Señor”. Santiago vivía con toda su familia en Jerusalén. 
    Este Santiago, también apodado “el Justo”, se encontraba preocupado por la muerte de su homónimo y el arresto de Cefas. Él estaba reunido con el resto de los presbíteros, cuando entro una de sus hermanas interrumpiendo la oración de estos.
  -:¡Mujer! ¿No ves que estamos ocupados?
  -:Disculpa, hermano, pero hay alguien que dice tener una noticia importante para ti.
  -:¿Quién es? ¿Y que noticia importante trae?
  -:Es Rosa, la sirvienta de la casa del muchacho Marcos, dice traer noticias sobre Cefas. 


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Junto a la actual puerta de Jafa se encontraba el calabozo del palacio herodiano. La celda era fría y oscura como un sepulcro faraónico olvidado en el tiempo. Respiraba a muerte y lepra, las tinieblas que habitaban allí parecían mandadas por el mismísimo Marduc, dios de los babilonios. En ese lugar se hallaba el príncipe de los Enviados encadenado pero su corazón no se doblegaba ante el águila pagana y su marioneta (Herodes), ni ante las sectas de falsos judíos perseguidores de la Iglesia. Simón pensaba en su familia y sus compañeros de fe. Quería estar con ellos compartiendo la fiesta de los panes ácimos, pero la divina providencia quiso ponerlo detrás de los barrotes de la injusticia. “Por algo estoy aquí” soplaba entre el silencio la voz de Cefas. En la Pascua, compadecería frente al tribunal del pueblo, hambriento de carne, para morir ese mismo día. Él había escuchado como toda esa chusma festejó el asesinato de Santiago Zebedeo, entonces su sangre se heló y fue tomado por una angustia que sofocaba su garganta. Fue entonces cuando comenzó su letargo y el recuerdo de su patria. Soñó con su amada esposa y madre de sus hijos.    




II



-:El nombre de este galileo es Santiago, hijo de Zebedeo, y será ejecutado por ordenes de nuestra excelencia Agripa, tetrarca de Judea y Samaría. El criminal pertenece a la secta de los NazarenosG junto a su hermano Juan y otros parientes cercanos. Este hombre ya ha tenido que comparecer a la justicia de los sumos sacerdotes por romper las leyes del sábado. Ayer fue arrestado en el Templo por predicar contra la Torá e intentar una sedición contra el gobierno de nuestra majestad proclamando como rey a un artesano ejecutado por rebeldía a la tetrarquía de Judea. Ahora será condenado a muerte en este instante.
-:Disculpe, capitán ¿Por qué se convocó a tanta gente para esta ejecución y a esta hora de la noche?
-:Por ordenes de Nuestra Majestad, aún así, usted no tiene que preguntar, solo ejecutar. Yo soy el capitán y usted es el verdugo, tiene que quedar clara la distinción.
-:Sí, capitán, y perdone por la insolencia. Haga pasar al condenado.
     El verdugo se cubrió el rostro, entonces Santiago, denominado “el Mayor” por ser el primogénito de los de Zebedeo, entro en el patio. La chusma gritaba e insultaba al acusado. Santiago estaba listo para beber del cáliz y lo hacía en silencio, fue así como se dio cuenta de las pequeñas ironías de la vida, él recordaba todas las veces que fue reprendido por Jesús porque era irascible y vengativo.
   Al que sus compañeros lo apodaban “hijo del trueno” se entregaba a la espada para morir como un cordero. En él había una paz como la del desierto, donde se escucha solo el viento y da la sensación que hasta se oye al tiempo pasar como deprisa frente a la eternidad. Por su mente pasó el recuerdo de la muerte de Esteban, ese joven dispuesto a seguir al Maestro hasta la cruz. En ese momento sintió tristeza por todas las veces que le fallo a Jesús antes, durante y después de su muerte.
  
    En medio del patio, donde iba a ser ejecutado Santiago, comenzó a levantarse viento y  se olía aromas de tierras lejanas, que tal vez ni existían. El viento le trajo consuelo al apóstol. Él sabía que es el Espíritu que soplaba, entonces su rostro comenzó a tener un brillo como la luna cuando esta un poco nublado, sus ojos negros y cálidos tomaron los colores de los lirios del campo y su postura frente a la muerte fue como la de los cedros del Líbano en medio de una tempestad. Tenía conciencia de su partida de este mundo; pero él atestiguó maravillas que le hacían ver este momento como un eterno gozo. Él vio signos increíbles junto a Cefas y Juan: la transfiguración, la multiplicación de los panes, exorcismos y hasta la resurrección de muertos. Oró en silencio al padre, le dijo “Abba”D entre murmullos mientras que una lagrima de felicidad caía como un copo de nieve por su mejilla. Iba a Beber de la copa que le presentó el SeñorE

    El verdugo se conmovió frente a esa imagen, entonces se quito la tela que ocultaba su identidad y le pregunto a su víctima.
   -:¿Acaso estas dispuesto a morir como alguien que peca contra Yavhé?
¿No eres judío? ¿En que crees?
   “Soy judío- contesto Santiago- pero ya no espero la venida del Mesías;  he descubierto a un Dios distinto al que enseñan en las sinagogas, la revolución más grande me ha sido dada por mi único y verdadero maestro: Jesús, el hijo de David, el Mesías. Me mataran pero no estoy más atado a la Ley. Hoy seré libre”.
     Santiago, llamado “el Mayor”, fue ejecutado y su asesino lloraba al ver a su propio pueblo (el judío) dividido y suicida.
Al día siguiente fue arrestado Simón, llamado Cefas.
             


 

III



En una celda, Cefas, soñó con su mujer y madre de sus hijos. También soñó con su barca cuando su vida era más simple, antes que apareciera el Cristo en su historia. Recordó una noche que salió a pescar: el paisaje nocturno estaba lleno de magia, el cielo estaba plagado de estrellas que imitaban a los serafines cuando adoran al Eterno, las aguas del Tiberiades eran como un espejo, que al reflejarse con la cúpula celeste parecía que la barca flotaba en medio del universo por la Vía Láctea. Su imaginación comenzó a planear por el mar de su infancia, donde se hizo hombre con el esfuerzo propio y la guía de su padre Jonás. Y donde conoció al hombre que pondría su existencia en un constante desafío para la construcción de un reino utópico, pero cada vez más real. Cefas, quien se admiró frente a la curación de su suegra gracias a Jesús el Nazareno, ahora rezaba la oración que el Hijo de Dios les enseñó. Oraba pidiendo al Padre celestial, que no muriera aún, que los Santos del Señor necesitaban a su pastor. Pero se dio cuenta que la soberbia lo engañaba de nuevo como otras veces. “Los cristianos no dependen de mí, sino, de Cristo” pensaba Cefas en medio de la penumbra amarga de su mazmorra. Él descubría que había otros que podían ocupar su lugar perfectamente: Santiago de Alfeo, a pesar de que le costaba aceptar a los paganos para ser cristianos, era un buen líder y la comunidad de Jerusalén lo respetaba mucho más que a Simón. Santiago era un hombre muy fiel a la Torá, y eso provocaba que no hubiera conflicto con los fariseos ortodoxos controladores del pueblo. En cambio, el resto de los apóstoles eran quienes aceptaban la conversión de los paganos como algo del Santo Paráclito y eso sí cometía escándalo entre los judíos fieles a las leyes del Sinaí. Agripa, para complacer a los fariseos, hizo arrestar a los cristianos pro paganos.      
Cefas, en la cárcel de Jerusalén, imploraba a Yavhé por el futuro de sus hijos espirituales y del mundo.    



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        Todavía no había cantado el gallo, cuando se presentó Rosa a la puerta de Santiago, el hermano del Señor. La noche traía una oscuridad poco común, a pesar de no verse nada al rededor, uno sentía la presencia de alguien curioseando hasta lo más intimo del ser. Rosa sentía temor, así lo vivió cuando mataron a Esteban, uno de los siete primeros diáconos. Ahora lloraba la muerte de Santiago “Boanerges”, hijo de Zebedeo. Cuando salió de la casa de Miryam, madre de Juan Marcos, tenia miedo de no lograr cruzar la penumbra hasta la casa Santiago, hijo de Alfeo y conocido como el Hermano del Señor, pero ella se sentía movida por el Espíritu Santo para dar la noticia a los compañeros de Cefas. No se olvidó que hacia mucho más de diez años una mujer llevaba una noticia a los apóstoles, una buena nueva que cambio el curso de la historia de la humanidad: el Maestro había resucitado de entre los muertos y la mujer de Magdala, quien el Señor liberó de siete demonios, era la elegida para testimoniar frente a los elegidos.
   Rosa, una simple sirvienta, se encontraba frente a la puerta del Apóstol y próximo líder de la comunidad de Judea.

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Cefas, en la cárcel de Jerusalén, no se sentía solo preso de Herodes, sino también de la propia comunidad capitalina. Él descubría poco a poco la universalidad del evangelio, como el crisol de razas y pueblos tenían que centrarse en Jesús y no en la Ley de Moisés. Pero la Iglesia de Sión era cada vez más liderada por Santiago, obediente a la Torá. “Tal vez la misión de los doce ha cambiado” se interrogaba Cefas, pero ese no era un momento para meditar. Las cadenas que lo aprisionaban provocaban fuertes dolores en sus muñecas y los ronquidos de sus carceleros eran en su cabeza como el sol para los ojos de los murciélagos.
La vigilia de esa queda fue tan eterna como esa vela, cuando juzgaron a su maestro. ¿Estaba Cefas listo para morir por su Señor?          



IV


    Juan, apodado- junto a su hermano Santiago- como “Boanerges”, pasó toda la mañana llorando. Juan, quien a pesar de su edad era considerado una de las tres columnas de la Iglesia, sentía desolación por la muerte de su hermano. Esa misma mañana le informaron que el mayor de los hijos de Zebedeo había  sido pasado por la espada de Herodes de noche y en forma ilegitima.
   -: “No te agobies, Juan- le dijo Simón Cefas para calmarlo- él esta ya en la casa del Padre junto a Jesús, nuestro Señor. No lo llores; alégrate por él”. Pero Juan no hizo caso al consejo de Cefas. Si el Maestro lloró a su amigo cuando murió este, aún sabiendo que lo iba a resucitar. ¿Por qué él no iba a llorar a su hermano de sangre, con quien compartió toda una vida? Junto a Santiago, Juan había experimentado la gloria de Jesús, quien era el Verbo hecho carne.
   Cefas avisó a Juan que iría a la sinagoga a escuchar la palabra y predicar a la comunidad; pero Juan no respondió, estaba demasiado sumido en su dolor. El más joven de los apóstoles evocó la ultima vez que vio a su hermano: en el Templo donde lo arrestaron.

   La tarde del arresto de Santiago “el Mayor”, los de Zebedeo fueron a predicar al Santuario sobre la resurrección de Jesús y la llegada del Reino de los Cielos. Juan siempre admiraba a Santiago por su energía y fuerza con que predicaba la Palabra de Dios. Juntos habían soñado más de una vez estar sentados a cada costado del trono celestial, pero ahora ambos vivían en la humildad lo más posible y Juan, a pesar de tener el don de predica, guardaba mucho silencio para no caer en la soberbia. Tenían un auditorio numeroso, cuando la multitud se abrió y aparecieron soldados reales. Santiago se dio cuenta de la situación, avisó a su hermano menor y lo empujó a la muchedumbre para que este se perdiera. Juan se sentía ahogado entre el mar de gente que gritaba frente a la escena del apresamiento de Santiago. El joven discípulo de Cristo nunca sitió tanta impotencia ante el arresto de su más amado familiar, era como tener un ancla atada al cuello que le tiraba hasta la profundidad del abismo. El hijo del trueno tenia el poder de una fogata contra un témpano de hielo.    
   
   El día que se dio a conocer el fallecimiento de Santiago, el mayor, Juan y su madre lo lloraron.
    Esa misma tarde, en una de las sinagogas de Jerusalén, Cefas era hecho prisionero por los guardias del rey Herodes, gobernante de Judea y Samaría, culpable de la muerte del primer apóstol mártir. Pero esta vez ocurriría un final muy distinto al de Santiago.


V

La iglesia oraba por su pastor, Cefas hijo de Jonás, pero había perdido la esperanza y se preparaba para la muerte del apóstol. En la cárcel del palacio, el santo prisionero pasaba la que creía su última noche. El monarca Agripa había dado la orden de ejecutar a Cefas para el día de Pascua. “Mañana moriré”, reflexionaba el galileo, “que se haga tu voluntad, Abba, y no la mía”. Herodes quería aprovecharse de la fiesta del Templo para hacer un acto que agradara a la plebe manejada por los fariseos, y la mejor forma de hacerlo era ajusticiando a un hereje como Cefas.
Cefas comenzó a soñar. En su modorra, él se encontraba en medio del desierto y al frente suyo había una montaña. En la cima de esta, se observaba la estructura como la de un templo dedicado a algún dios pagano. Sintió un susurro débil en su oído que le decía “Quo vadis”H, pero él no entendía que podía significar. En su sueño, no tenía a los guardias al costado, aún así, todavía estaba atado por el hierro. La siguiente imagen que soñó fue la de un hombre delante del gran monte, y este extraño le decía: “Date prisa, levántate”.     


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    La habitación tenia el aspecto de guardar un secreto incontenible. Solo alumbrada por una vela, las sombras avivaban la imaginación con figuras qué parecían salir de los tiempos míticos, cuando los Jueces batallaban contra los gigantes Filisteos y el LivyathánQ era el amo del caos. En ese cuarto de la familia de Alfeo, Santiago se entrevisto con Rosa en privado.
     -: Dime, Rosa, que noticias me traes.
     -: Una muy importante, hijo de Alfeo. Es sobre Simón Cefas.
     -: Cuéntame con detalles, mujer.
   Santiago se preparaba para escuchar el relato de la criada y pensaba sobre su relación con Cefas: los dos habían tenido diferencias antes que el pastor de los Santos de Sión cayera en manos de Herodes. Ambos no se pusieron muy de acuerdo frente a la situación de los paganos convertidos a la fe de Cristo. El nuevo líder de la comunidad no veía que el príncipe de los apóstoles tuviera claras sus ideas sobre los no circuncisos. Cuando el hijo de Jonás trajo la noticia del recogimiento de la palabra por parte de unos griegos, los judeocristianos de Judea recibieron la novedad muy fríamente. Ahora, los judíos convertidos de Jerusalén seguían y escuchaban más a Santiago y sus presbíteros, que a Cefas y los apóstoles. Con el encarcelamiento del Pescador de hombres, el Menor se imponía como el flamante obispo de Jerusalén apagando el incendio entre judíos y nazarenos.      





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Cefas sintió unos golpes suaves en sus costillas. Él seguía en medio de su visión. Los guardias que lo tenían preso dormían tan pesadamente que ni un trueno los hubiera despertado. El apóstol no sabía en donde estaba realmente, pero el extraño que tenia delante le emanaba confianza y seguridad. En medio de ese desierto imaginario, Simón vio al misterioso transfigurarse en uno de los mensajeros de Dios: un ángel.
La mazmorra se lleno de luz y Cefas creía que su imaginación.
La criatura celestial desplegó sus amplias y doradas alas, de las cuales salía polvo de las mismísimas estrellas. Su faz competía con el planeta Venus y en sus pupilas se reflejaban las constelaciones de Piscis y Acuario. La voz del Espíritu sonaba como las trompetas que derrumbaron Jericó. El antiguo pescador no reaccionaba frente a tal realidad.  
De pronto, Cefas descubrió que estaba de nuevo en la celda pero el Ángel seguía presente, además, el hijo de Jonás estaba sin las cadenas que antes le impedían la libertad. En el calabozo real, al lado de la puerta que existe en la actualidad llamada Jafa, Cefas se encontraba frente al emisario del mismísimo Yavhé. El ángel dijo a Cefas: “Ponte el cinturón y el calzado”. El apóstol se ciñó y tomo sus sandalias, estas que a través de la historia tomaran uno de los simbolismos del poder terrenal de la Iglesia, las sandalias del pescador. Simón observó a su salvador y este le volvió a dirigir otra orden; Ponte la capa y sígueme; El prisionero obedeció. Mientras caminaban por el pasillo de la prisión, Cefas seguía pensando que se encontraba en un sueño. Todo se veía nublado como si el exterior estuviera dentro del edificio. Atravesaron a la primer guardia, estos dormían como si lo que ocurría dentro fuera lo más pacifico desde los tiempos de Salomón. Después pasaron a la segunda guardia y el espíritu junto a su protegido se encontraron a la puerta de hierro que da a la salida, donde el jefe de los apóstoles encontraría su libertad. Una vez fuera, Cefas contempló el cielo, observó la luna, olió las calles de la ciudad de Dios, oyó el ruido de los animales domésticos y algún salvaje por ahí. En ese momento, él cayó en la cuenta de su liberación. Tal vez esta no solo iba a ser una liberación de la cárcel, si no, también de Jerusalén y todos los pesos que venían con ella.         



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 En la misma habitación donde estuvo reunido Santiago, hijo de Alfeo, con Rosa, la sirvienta de Juan Marcos, se reunieron los presbíteros de Jerusalén.
Santiago los mando a llamar para comunicarles una noticia que alegraría a los ancianos de la comunidad.
-. Cuéntanos, Santiago, la buena nueva que tienes.
-. Les contare, hermanos, lo que escuche de boca de Rosa...
-. ¿Una mujer? ¿qué te podría haber dicho una mujer?
-. No olvides, hermano, que María de Magdala también es una mujer y fue ella la primer persona en ver a nuestro Señor resucitado.
-. Te ruego que me perdones, Santiago hijo de Alfeo, no sé lo que dije.
-. Eso no importa, debo darles el mensaje de Cefas.
-. Cuenta desde el principio, Santiago.
-. Les contare desde el principio: en la casa de Juan, apodado Marcos, se congregaron personas de nuestra comunidad a rezar por nuestro líder. Mientras oraban al Señor, escucharon que llamaban a la puerta, entonces, Rosa, la muchacha que trabaja para la madre de Marcos, fue a ver quien era.
-. ¿Quién era, Santiago?
-. No te ansíes, que te relatare todo. Continuo, entonces esta hermana reconoció la voz de Cefas y le dio tanta alegría que, en vez de abrir, corrió dentro anunciando que Cefas estaba en la puerta. Pero los demás le dijeron: “Estás loca”. Pero ella insistía en que era verdad. Al ver que ella no mentía, pensaron que podía ser un ángel, pero el apóstol confirmo quien era y les contó como Yavhé lo libero de las garras de Herodes. Después les dejo el mensaje para nosotros.
-. ¿Por qué un mensaje especifico para nosotros?
-. Porque nos deja a nosotros a cargo de la comunidad de Sión. Los apóstoles ya no tienen el peso para dirigir la Iglesia de Jerusalén, y se han dedicado más a misionar a las otras ciudades de Judea e Israel.
      En ese momento interrumpió Leví, el único de los apóstoles- aparte de Santiago- que se encontraba en la reunión, y observo a los ojos del “Menor” diciendo: “Los que fuimos primeros en seguir al Mesías sabemos cual es nuestra misión, hemos recorrido todas las regiones pero en mi corazón sé que debemos ir mucho más allá. Buscar a los de nuestra raza en los otras naciones y obsequiarles la nueva buena de Dios. Por mi parte he decidido partir también, no solo por esta cruel persecución, si no además, podemos llevar el mensaje sin que ustedes los presbíteros nos condicionen a quien debemos hacerlo”. En ese momento se despertó un murmullo entre los congregados y uno dijo a Leví: “Perdón hermano, pero no estoy de acuerdo en tu pensamiento sobre nosotros. Bien sabes que cuando Cefas bautizó a ese gentil llamado Cornelio, nosotros no nos quejamos a nuestro pastor por lo que hizo”. Pero Leví contestó: “Ustedes no les agradaba que no se hubiera circuncidado, criticaron a Cefas a sus espaldas”. Comenzó una discusión entre los presbíteros y Leví, donde algunos desaforados le gritaron “Publicano” y él les respondía “Ya no lo soy, Jesús perdonó todos mis pecados”, entonces Santiago puso orden: “¡Silencio, hermanos! ¿Acaso nos vamos a pelear por algo que no tiene mayor importancia? El caso de Cornelio es el único y nosotros nos encargaremos que no vuelva a ocurrir. Yo sé que Cefas no lo volverá hacer ya que el avisó que iría lejos a evangelizar a los judíos de los otros pueblos como lo hacen nuestros hermanos apóstoles. Debemos pensar y discutir otra cosa mucho más central: quien dirigirá la comunidad de Jerusalén, ahora que Cefas nos ha dejado.” Se hizo un profundo silencio, entonces Leví se retiro de la sala. Es interesante observar que la mayoría de los apóstoles no tenían clara cual debía ser la situación de los paganos, pero algunos de ellos como el finado Santiago de Zebedeo, su hermano Juan y Leví veían a buenos ojos la conversión de los extranjeros; en cambio los presbíteros esta situación era peligrosa para el cumplimiento de la Ley. Cefas se encontraba en los indecisos, a pesar de ser el primero en bautizar a un no judío.
     Santiago de Alfeo continuaba discutiendo con los demás dirigentes de Jerusalén sobre quien debía suceder a Cefas. Así fue como se levanto Juan el presbítero, pastor de un sector de la comunidad, y dijo: “Santiago, sé que tal vez la mayoría quiera presentarte como nuevo líder de nuestra Iglesia, pero yo no estoy de acuerdo como nunca estuve de acuerdo que un galileo fuera quien liderara a nosotros, los de Jerusalén, ya que somos la capital”. “Patrañas- dijo el mismo que discutió con Leví- Jesús era galileo, no tiene sentido lo que dices. Tú nunca has participado en nuestra comunidad, siempre te apartas, formando una secta en nuestra secta. ¿Cuándo has escuchado a Cefas y a los apóstoles? Eres como esos galileos que ven al Señor como un profeta y no les importa si resucitó o no”I. “Jesús vino a cumplir el mandato del Padre, aquí en Jerusalén y no en otro lugar; por eso y más, debemos ser los verdaderos hijos de la ciudad santa quienes lideren a las comunidades” contestó con fuerza Juan, el presbítero.
   Después de una larga discusión, los ancianos eligieron a Santiago como nuevo obispo de la urbe del rey Salomón. Leví se fue a predicar al oriente y nunca más se supo de él, y cuentan algunos que él fue quien escribió uno de los cuatro evangelios, ya que Leví también es conocido como el apóstol Mateo. Juan, el presbítero, reforzó su separación de la Iglesia de Cefas y Santiago; este Juan no es el de Zebedeo, si no el que más adelante será autor de un evangelio y unas cartasK; pero la historia adjudicara estas obras al pescador de Cafarnaún y hermano de Santiago el Mayor. En la oscuridad de la noche, Cefas huyó de Jerusalén con la ayuda algunos hermanos para volver años después y buscar solución al problema de circuncisos e incircuncisos.




FIN.
    








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